domingo, 29 de mayo de 2011

Fiesta DÍA del "PARAO", 13 de Agosto

Fiesta DÍA DEL “PARAO” 13 de agosto
A principios de los años 70, en una noche de verano y mientras conversaban y tomaban alguna bebida en el bar del pueblo, a los hombres casados, allí reunidos, se les ocurrió la idea de que, aprovechando que el mes de agosto la Cooperativa Textil cerraba y que prácticamente todo el mundo estaba de vacaciones y que en ese mes, por el mismo motivo de las vacaciones, la mayoría de los nacidos en el lugar, que trabajaban fuera, visitaban a sus familiares y pasaban unos días de descanso entre ellos, sería muy interesante hacer algo para seguir manteniendo los lazos con aquellos que habían sido vecinos algún tiempo atrás y con los que normalmente estaban establecidos en el lugar durante todo el año.
En una palabra, juntarse todos los hombres un día sin las mujeres y pasarlo lo mejor posible.
La idea resultó ser muy bien acogida y decidieron celebrar un día entero de juerga en la fecha elegida, por unanimidad, que fue el 13 de Agosto.
Un día, llamémosle de campo, sin críos ni mujeres, comiendo bien y bebiendo mejor y al que llamarían “Día del Parao” por aquello de que todos estarían de fiesta y al que le tocara trabajar pediría permiso para faltar. Y así quisieron nombrarlo “parao” no parado.
Para ello diseñaron el siguiente plan, que más o menos, fue así:
En principio colgar un papel en una de las paredes del bar en el que confeccionar una lista con los que quisieran apuntarse al evento. Es decir, la inscripción previo pago de una cuota módica. Ese importe sería al final del día descontado del resultante del gasto prorrateado por persona.
De vísperas y sabiendo aproximadamente el número de concurrentes, pues siempre existen los clásicos indecisos y los de apuntarse a última hora, se compraría en Estella todo el suministro de intendencia como: manteles y servilletas de papel, cubiertos y vasos de plástico, la comida y la bebida.
Por la mañana a las 8 se reunirían todos en el rebote para en un tractor ayudar a cargar tableros y caballetes con los que preparar las mesas, las sillas, la cacharrería de calderetes, parrillas, demás utensilios comunitarios, algún garrafón y varias botas de vino, más la comida y la bebida comprada el día anterior.
Los participantes, en sana camaradería, irían andando y en romería a la Ermita de San Blas, situada a las afueras del pueblo, donde un cura se encargaría de celebrar la Santa Misa y darnos a besar las reliquias del Santo Obispo protector de la garganta.
Terminada la misa, y andando por la carretera a Zudaire, se llegaría a la Presa de Inzura del río Urederra, lugar elegido para hacer el almuerzo de panceta de tocino fresca y chistorra, asadas con las brasas de una buena hoguera hecha con la leña depositada a las orillas del río. Su agua fría serviría para refrescar la bebida.
Una vez cumplido el almuerzo, y también andando, se haría la siguiente etapa que terminaría en otra zona del paraje de Inzura, llamada La Caseta, así nombrada porque en tiempos existió un edificio vivienda del Peón Caminero encargado del cuidado de la carretera. Allí aprovechando la buena vegetación existente y una fuente de agua natural, proveniente de un manantial de la sierra, se celebraría la comida y la merienda-cena.
La gente se distribuiría en grupos. Unos se encargarían de los trabajos que conllevaran la preparación de la comida. Otros correrían a pescar truchas y cangrejos y los menos dispuestos a ninguna de esas faenas partirían con las guitarras y acordeones a dar unas vueltas por Zudaire y su bar.
Para la comida se elaboraría un rancho ó una paella y también algo de carne. Una ensalada con productos de la huerta de la tierra y un postre de sandía y melón o una macedonia de frutas.
La sobremesa (se suponía) sería larga y animada, ya que, después de los tragos de la bota, el café, las copas, y una vez encendidos los puros “farias”, las conversaciones subirían de tono y los canticos populares se escucharían por doquier.
A última hora se haría la merienda-cena, la típica “tomatada” consistente en unos huevos con magras y tomate y al atardecer se volvería al pueblo, los que pudieran otra vez andando, y los que estuvieran “pedos rasos” acostados en el remolque del tractor (esto ya no se suponía sino que se certificaba).
A su llegada se reuniría en el bar del pueblo, donde seguirían deleitando a la concurrencia con su gran repertorio de canciones hasta que el establecimiento cerrara o el cuerpo aguantara.
El plan, así previsto, se cumplió a la perfección en la primera y experimental concentración de aquel 13 de agosto, que resultó ser todo un éxito, pues la gente participó en cantidad y la ocurrencia, dio mucho que hablar entre los vecinos del pueblo y otros adyacentes. Bien es cierto, que al haberlo organizado la gente madura, los jóvenes no participaron, pero los diez primeros años el número de reunidos era entre 35 y 50 personas.
Esta fiesta se ha celebrado desde entonces, todos los años interrumpidamente, aunque el número de asistentes ha ido disminuyendo por dos causas: Una, fundamental, que aquellos primeros participantes se han hecho ya mayores y están para cuidarse y dejarse de comilonas y “pedos”. Otros no han llegado a mayores y se fueron en “santa hora” y la otra es que una parte mínima del grupo organizó otro “Día del Parao” pero con la asistencia de las esposas.

1 comentario:

  1. Muy interesante esta festividad, en la que quizá algún día me gustaría ir, aunque me encuentro muy lejos, ya que vivo en Costa Rica, Centro América; sin embargo, me gustaría conocer el pueblo del cual desciende mi apellido, y del cual me siento muy orgulloso. Rodrigo Artavia Vargas.

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