EL CACHUNDI- Así se llamaba el perro de la Sra. Silvina y el Sr.
Jesús. De raza ratonero (¡vaya usted a saber!) y de pequeño tamaño, piel muy
fina principalmente blanca con manchas marrones y negras. Orejas en atención,
patas cortas y fuertes. Ojos pequeños pero vivarachos y expresivos, rabo tieso
y juguetón y una mala leche de mucho “cuidao”. Cuentan en el pueblo cien mil y
una de sus aventuras. Dormía en la cuadra con una burra pero acostado encima de
ella. Le tenía un gran amor y desde el suelo le lamía su hocico cariñosamente.
Cuando ataban la burra en la era a pastar, él la
vigilaba para que nadie se la tocara ni incomodara y cuando la Sra. Silvina iba
a desatarla el perro la traía del ramal hasta su sitio de la cuadra. Como vigilante de la vivienda, preparaba un
concierto de ladridos en cuanto se acercaba alguna persona y quería entrar. El
jodido se tiraba a morder y dio algún
disgustillo a sus propietarios que no tuvieron más remedio que atarlo en la
cuadra. Pero listo como el hambre, se las arreglaba para soltarse la
mayoría de las veces y subir a la cocina donde la Sra. Silvina, aún a pesar de
que lo quería mucho, le soltaba unos buenos escobazos y lo despachaba con cajas
destempladas. Su grado de inteligencia llegaba hasta el extremo de que cuando
la Sra. Silvina lo mandaba al río para que trajera los patos, siempre llegaba
con los de la casa, agarrados por el cuello con su boca y sin apretarles para
no hacerles daño. Jamás se equivocaba llevando alguno de otro vecino. Los
patos, en ese tiempo, se les abrían la cuadra y ellos solos buscaban el río y
allí se juntaban con otros patos de los demás vecinos. Para distinguirlos los
unos de los otros, se les ponía debajo de una de las alas, unas cintas de
diferentes colores o unos trozos de telas viejas de colores. Su grado de
fiereza tampoco se quedaba corto. Era peleón y en cuanto veía a otro perro se
iba a por él. Si era perra con más motivo. Le encantaba reñir con los demás y
no le importaba, para nada, el tamaño del contrincante. Su táctica de combate,
al ser tan bajo de estatura, era morderles en sus partes blandas a las que
llegaba con facilidad y atino. La Sr. Silvina tenía por vecinas, dos hermanas,
que se llamaban Fulgencia y Dorotea, la primera usaba gafas y el perro, no sé
porqué, en cuanto que la veía le saltaba un metro y medio e iba directo a por
las gafas. La de sustos que le dio a la pobre mujer y, sin embargo, a su hermana no le hacía nada. Vivió
bastantes años, aunque los últimos, estaba tuerto de una pedrada que le dieron
por ser tan bueno. Murió atropellado por una furgoneta de unos frailes
capuchinos de Estella, en el término de Echavarrionda, concretamente en el
cruce de la carretera general a la parcelaria de Echávarri; por su maldita
costumbre de seguir detrás de cualquier vehículo ladrando y tirándose a morder.
Tuvo mucha descendencia con las perras del pueblo, pero ninguno de sus hijos,
sacó la casta de este genial chucho llamado Cachundi, que la verdad, no sé de
donde le sacarían ese nombre.
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