JESÚS EL
CARPINTERICO-Fue un personaje muy curioso dentro de la vida del pueblo. Era un hombre
delgado y reñido con el afeitado, ya que su barba era siempre de varios días.
Tenía todos los dientes y muelas, de
color negro y amarillo, sin duda por ser un fumador empedernido que liaba un
cigarro detrás de otro. A la bebida alcohólica tampoco le hacía ningún asco y
no se quedaba atrás. Nadie sabía de dónde había llegado y se instaló en un
corral, cerca del bebedero, donde entre sus cuatro paredes de piedra instaló un
banco de trabajo y todas las herramientas de que disponía: la barrena, el
berbiquí, la caja de hacer ingletes, cepillos, compás, destornilladores,
escofinas, escuadras, formones, garlopa, gubia, martillos, maza, nivel,
punzones, sargentos, sierras, serruchos, tenazas, los que me deje y el pequeño
material de clavos, tirafondos, colas, barnices, etc. ¡Vamos, un oficio de muchos
utensilios! Vivía en el mismo taller, donde hacía su vida y pernoctaba entre
los rizos. Buen ebanista, aparte de carpintero, entre sus muchos trabajos,
realizó diversa obras para la iglesia del pueblo. Los críos aparte de ir a
verlo y observar como trabajaba, le hacían un montón de putadas como apedrearle
la puerta y despertarlo cuando estaba durmiendo. Porque de verdad, el genio no
lo tenía nada bueno y respondía con una retahíla de juramentos que se oían hasta en el rebote.
Cuentan una anécdota de él: Estaba esperando en Las Cocheras a que bajara el
Correo para desplazarse a Estella, y para hacer la espera más corta, se puso a
hablar con Celestino el mecánico y otros empleados de la serrería, en alguna de
sus dependencias. Tan animada conversación derivó en que, cuando quiso darse
cuenta, el autobús de línea ya había emprendido la marcha. No se desanimó y
todo nervioso y gritando ¡para, para!, a la carrera, consiguió alcanzarlo y
sujetarse a la escalerilla que el autobús tenía para poder subir a la baca. Sus
pocas fuerzas, sus cortas piernas y la velocidad que había tomado ya el auto,
le hicieron dar con el asfalto y fue arrastrado durante unos metros. A los
gritos de los empleados de la serrería, el conductor frenó en seco, lo que
causó al infortunado Jesús, un nuevo golpe con la carrocería. Ayudado por todos a levantarse y mientras se
lamentaba repitiendo ¡vaya hostia, vaya hostia! decidió suspender el viaje.
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